jueves, 4 de septiembre de 2008

Sopas y casamientos (Historias Parisinas)

Había una vez una abuela a la que le llamaban Doña Petrina. Petrina tenía cabellos cortos que le cubrían la nuca y que siempre le olían a margaritas tiernas, vivía con sus dos hijas en un lugar muy apartado de la ciudad.


En casa de Petrina normalmente había silencio y a decir verdad esa era la forma que ella había escogido desde hace unos años. Salía muy temprano por masa para preparar atole y todo el día lo pasaba en la cocina. Sin tener estudio alguno, Petrina cocinaba como ningún chef los platillos tradicionales de la región, su especialidad era el casamiento.


El casamiento es una mezcla de arroz con frijoles machacados; la gente los prepara para no desperdiciar las sobras de estas comidas. El sabor es delicioso, y Petrina acostumbraba servirlo sobre tortillas tan doraditas que simulaban ser tostadas caseras.


Muchos se preguntaban cuál era el secreto de Petrina para que su casamiento fuera tan delicioso y pocos -sólo quienes compartían su vida- sabían que todo consistía en dos cebollas picadas finamente, sofreídas en el sartén antes de vertir los alimentos.


Siempre vulnerable al olor de la cebolla, la abuela se encerraba en su habitación toda la tarde, para aparecer después con los ojos hinchados, ella decía que a veces uno tiene que encontrar en la vida algunos pretextos para llorar.


Aquí en vez de sartén usamos una olla grande, para 200 invitados, mi mamá, la tía Lole y yo picamos desde la tarde cebollas para el platillo que se servirá en mi casamiento: sopa de cebollas; picamos al mismo tiempo en que nos es imposible parar de llorar: por la abuela, por el tiempo, por los amores, por la distancia, por los dolores, por las colinas, por el destino...


Siempre supe que me casaría con un francés y que viviría aquí, la abuela lo diría con mejores palabras: "La sopa de cebollas y el casamiento son los mejores pretextos para llorar".

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